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RESUMEN: El padre McEvoy, un humilde párroco, encuentra un bebé en la escena del pesebre que está preparando para Navidad.
Esta historia se escribió para radio pero se puede llevar a la escena con un narrador y unos actores que hagan mímica de lo que se va narrando.

OBRA

Narrador: Mira ahora con atención porque es la noche antes de Navidad y puedes ver cosas que otros ojos no pueden ver.
La gran puerta de piedra de la iglesia se abre a nuestros pensamientos y se nos permite echar un pequeño vistazo a los misterios que se guardan en su interior.
Hay un árbol de Navidad junto al púlpito del que cuelgan 37 bombillas de colores. Esas son las únicas que ha podido comprar este año el padre McEvoy. Él mismo cortó el árbol en una granja y lo llevó en un pequeño carrito que tiró de su bicicleta. Algunos papelillos completan la decoración de este año. Alrededor del árbol está el Belén. Es una representación muy sencilla hecha con ramitas, pajitas y pequeñas piezas que ha conseguido de la granja y que ha puesto con mucho cariño. María, José y los animales son tan viejos como el padre McEvoy y ya no se acuerda cómo se hizo con ellos. Tienen gran dignidad y reflejan perfectamente su amor por el trabajo manual. Las luces del árbol le dan un suave toque a la Familia Santa.
El padre McEvoy está de pie en la sombra, a un lado de la puerta. Acaba de cenar y quiere contemplar todo con calma antes de que la gente llegue para el programa de Nochebuena. Cada año, reflexiona, encuentra algo nuevo que observar.
Lleva sólo unos minutos contemplando cuando un débil llanto le sobresalta. No se mueve pero pone mucha atención para averiguar de dónde proviene. ¡Allí está otra vez! Un quejido. Parece un gatito. ¿Dentro de la iglesia?
El padre McEvoy se dispone a averiguar el origen del ruido. Se oye otro llanto pero esta vez de forma más clara. Lo que sea proviene del árbol. Se aproxima de forma sigilosa, como un felino.
Se para en un primer momento de asombro pero a este sentimiento le sigue otro de temor, a medida que se acerca al Belén. “El niño Jesús estaba envuelto en pañales en un pesebre porque no había sitio para él en el mesón”, nos cuenta Lucas sobre su nacimiento. Una cuadra por habitación. El niño Jesús debería ser un muñeco  pero ahora tiene diez deditos que chupa y ojos negros que giran en esa carita redonda cuando ven al padre McEvoy.
“Hola, pequeñín”, dice el padre. Cuando se arrodilla detrás del Belén el sentido de temor se atenúa. “¿De dónde has salido tú? ¿Tiene nuestro Padre Celestial un sentido del humor que desconocía? (El bebé se aferra al dedo que el Padre le ha extendido, se lo mete a la boca pero parece que no le gusta porque se da cuenta de que de allí no sale leche.) ¿Será que he alcanzado el sumun de la desesperación?” Reflexiona.
El viejo párroco sostiene al pequeñín a ver si se calma la tormenta interior por la que está pasando. Se para medio de rodillas, mientras por el rabio del ojo observa el parpadeo de las velas y después se levanta lentamente. El movimiento calma al niño y esas manos que han bautizado a cientos de niños con anterioridad, lo acunan suavemente mientras le habla a esa carita que lo observa absorto.
“María ha viajado mucho durante este día y está muy cansada. Así es la historia, pequeñín” dice el párroco. “Tiene un marido que no es el padre del hijo que espera y al menos eso le da apoyo en todo su estrés. Mejor, creo, que tener un padre  que no es un marido, ni una ciudad a la que llamar hogar.
"Me imagino que José estará desesperado ahora, llamando a todas las puertas de una ciudad a la que creía su hogar. No puede aguantar más porque el bebé está llegando y está más que agradecido porque se le ha abierto una puerta muy humilde, aunque sea la de una cama de heno”.
Se escucha un sollozo silencioso que proviene de la penumbra trasera pero el padre McEvoy continua caminando lentamente alrededor de la cuna, meciendo al niño. Hace como si no hubiera escuchado abrirse las puertas en la creciente oscuridad ni el contenido llanto. En cambio, se acerca a la luz del árbol de Navidad que cae alrededor de él como una capa y su voz dibuja un cuadro que deja al universo entero pendiente de un hilo.
¿Sabes pequeñín, por qué María está tan mal esta noche? Esta noche debería ser la mejor de toda su juventud. Es porque su gente no comprende lo que Dios ha creado. Ella es fuerte con el niño, poco antes ha sido pedida como esposa y su gente se siente ultrajada. La gente de Dios sabe la ley y la justicia y una chica que en estos momentos necesita comprensión está temblando ante lo que le viene. Son la soledad, las preguntas y la marginación  las que están dando un sentido real al milagro de este Nuevo nacimiento. Y con qué alegría lo reciben... Más tarde lo comprenderán otros, pero por ahora, el canto de los ángeles es solo para sus oídos”.
“Cada María necesita a su José, ¿no crees, pequeñín? Pero también necesita a su padre. No sabemos nada del padre de María pero a veces me pregunto qué pensaría. ¿La ha echado al enterarse de que estaba embarazada y luego se arrepiente y no sabe qué hacer para recuperarla?”
"El orgullo es un maestro duro, mi querubín. Había una vez un padre que tenía un hijo rebelde y el Señor nos dice que lo echaba tanto en falta que cuando el muchacho regresó no cabía en sí de alegría. ¿Y sabes? Creo que así es Dios con nosotros”.
El viejo párroco sonríe al niño que acaba de quedarse dormido en sus brazos. Se agacha y lo coloca otra vez en el pesebre. Se endereza lentamente.
“Hay suficientes ángeles aquí para cuidar de ti por cinco minutos mientras me cambio. Tú eres el mejor niño Jesús con el que hemos sido bendecidos en este lugar”.
La puerta se abre despacio y se cierra a media que el Padre McEvoy se marcha; sólo se gira para dar su bendición al púlpito. Las figuras de María y de José parecen más vivas que nunca… y si una figura extra se les ha agregado, quizá sea la del mesonero o la de un pastorcillo.

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© John McNeil 1987. Translated by Loida Somolinos, This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it. Todos los derechos reservados.
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